San Roque y su ermita (I)


Miremos un “poco” atrás. Retrocedamos varios siglos. Hasta el XIV y nos encontraremos que las desdichas en las zonas rurales se habían multiplicado debido a interminables brotes pestíferos y a una serie de malas cosechas. Ello va a fomentar el fervor popular religioso de los pueblos que buscan en los Santos una intercesión casi milagrosa que aparte de ellos tales males.

Uno de los santos protectores al que más se encomendaban las personas era S. Roque, un personaje francés (nacido en Montpellier) que dedicó su vida a cuidar y atender a los “apestados” de ese momento que le llevaría a contraer esa misma enfermedad. Hasta nuestro Boñar llego también la fama y santidad de Roque. La protección del santo debió de notarse pues lo lugareños se lo agradecieron con la construcción de una ermita. No la actual. Sabemos que a finales del siglo XVII la familia Fernández Bandera donó unos “suelos de casa” para su edificación. Esta antigua ubicación bien pudiera coincidir con su localización actual como veremos. También ignoramos, empero, la fundación de la cofradía. Los libros de la misma que se custodian en el archivo parroquial de Boñar arrancan el 16 de agosto de 1.732 y en él se asentaban sus bienes (dineros, obras pías, ganados…) En la primera anotación se toman las cuentas al cofrade D. Andrés Delgado, mayordomo de ella en el último año, y es relevado por D. José Ortiz.

Que tenía una ermita no se duda. Apuntala la tesis el que en 1.754 D. Antonio de Robles, el mayordomo, asiente el pago de 174 reales por la compra y los portes de la imagen del santo, y que el sucesor en el cargo, al año siguiente, anote 300 reales por su pintura y estofado, cometido encargado al maestro José Terán. Todo ello once años antes de que la erección de la actual planta de la ermita comience a tomar forma en el mismo lugar que su predecesora.
El 13 de febrero de 1.766, el párroco de Boñar D. Lorenzo de Collantes junto a D. Antonio Gaspar de Robles (mayordomo de la cofradía), D. Diego Alfonso y Felipe Glez. Canseco (diputados de la cofradía) se reúnen con el maestro de cantería Antonio Sierra, asturiano del concejo de Llanes para plasmar las condiciones de la obra. Destacamos los datos más relevantes:
- Tendrá de largo, incluido el pórtico, 50 pies (14mts.) y de ancho 16 pies (4,5 mts.).
- La capilla mayor será repartida a “ochavo” por la parte que mira al norte (el presbiterio), con bóveda de piedra toba, (porosa y ligera pero resistente) de medio punto. Estará enlosada con grada, peana y altar. En ella se abrirán dos ventanas de una vara de alto (83’6 cms.) y se alzará una espadaña pequeña.
- Su arco toral será de piedra y tendrá basa y capiteles y a la altura de éstos, en redondo llevará una línea de sillería.
- Encalarán sus muros y abrirán la puerta principal en la pared de mediodía y será un arco de 5 pies de ancho (1’40 mts.) con su correspondiente altura y realizado según arte. A ambos lados de la puerta dos ventanas llanas de piedra labrada con cierre enrejado.
- El precio convenido asciende a 5000 reales a los que se añaden otros 200 reales, valor de la madera que pudiera aprovechar de la antigua ermita para andamiaje, cimbras y demás.
- Plazo de ejecución: debe estar cubierta para S. Miguel de septiembre de este año y acabada y entregada (“fenecida en un todo” dice literalmente el documento) para el día de S. Juan en junio del año próximo de 1.767
Puesta en marcha la obra, la piedra toba es extraída en Oville y Barrio de las Ollas, y de Adrados traen un calero. Puestas las puertas principales de 130 reales de valor, el herrero de Vegamián ajusta la cerradura observado por “Castañón”, que compone la tierra de alrededor.
La delicada economía de la cofradía obligará a que S. Roque contemple la bendición de su nuevo hogar sin altar. Su paciencia y el empeño de sus “hermanos” tendrán que perseverar doce veranos para admirar el retablo del maestro Ramos y otros diez más para que éste pueda ser dorado. Así en 1.788 el montante final de la obra asciende a 12.589 reales.

© Juan Carlos García Caballero


El pendón parroquial de Boñar

Justo es iniciar este post agradeciendo la buenísima disposición que los dos últimos párrocos de Boñar, D. Carlos Santos Vega y D. Abel Viñuela Suárez, han tenido para aguantar con santa paciencia las horas de investigación que he desarrollado en el archivo parroquial de Boñar. Y que son los artífices de que os desvele también muchas de las interioridades de nuestra historia. Mi afecto más sincero Carlos y Abel. Vamos ya al Pendón parroquial de Boñar.

Al iniciar un recorrido por los libros de cuentas de la fábrica de la iglesia de S. Pedro de Boñar la primera referencia que encontraremos es el 1 de junio de 1.606 cuando el párroco toma las cuentas al mayordomo de la misma, Juan Gutiérrez, y el apartado de Descargo éste anota 720 reales y medio por gastos de un pendón, una capa y una casulla.

Habrá de transcurrir algo más de medio siglo para que el mayordomo Pedro de Castro registre el pago de su peana, encargo realizado en piedra con un coste de doce reales.

En 1.660 visita la villa el señor D. Diego de Tapia, canónigo de la catedral de León en sustitución del obispo. Entre sus mandatos figura uno que obliga a la fábrica de la iglesia a componer el pendón; es de imaginarse que el pendón referido se hallaba en mal estado. No consta que este mandato se cumpliese pues no encontramos asiento ni de su encargo ni de gastos invertidos para ese fin ni tampoco para su constante conservación en los años siguientes.

Deberemos esperar, por tanto, hasta mediados de octubre de 1.682, para que D. Antonio Lial y Roys, comisario del Santo Oficio y visitador general del obispado, mande que, sirviéndose de las cuentas de la Lámpara del Santísimo, se compongan una cruz de plata, unas ampollas para los Santos Óleos y un pendón. Y es tras esta visita cuando se suceden varios descargos destinados a sufragar diferentes conceptos relacionados con él. En concreto, el mayordomo de la fábrica Juan Pérez, anota 248 reales dos años después. Al siguiente, será el mayordomo de la Lámpara del Santísimo y de S. Jorge, Domingo Fdez. Llamazares, quien declarará haber entregado al cura párroco 78 reales para el pendón. Finalmente, en 1.686, se pagan otros 104 reales, y doce más a la persona que lo trajo desde Madrid.

En la primavera de 1.730 se procede al apeo de los bienes, rentas (censos, misas de aniversario, sepulturas dotadas) y alhajas de la fábrica de la iglesia de Boñar ordenada por D. Francisco de Acevedo, probablemente el administrador del marqués de Astorga en esta zona, y D. Manuel de Brugos, miembro destacado de la villa. Nombran por notario de la iglesia a Antonio Sánchez, vecino de Burón. Cuando examinamos el listado de las alhajas aparece un “pendón de damasco encarnado carmesí de 23 varas nuevo con borlas”. Es decir, de más de 19 metros de longitud. Y un poco más adelante, constatamos lo que se conservaba del antiguo: “un pedazo de damasco de un pendón viejo”.
En todo el siglo XVIII, se invertirán nuevo reales y medio en el pendón nuevo - tres y medio en 1.751 y seis en 1.762 -, y otra cantidad en 1.797 que no podemos fijar pues en su asentamiento engloba lo gastado en él con las hechuras de albas y manteles, 36 reales en conjunto.
Es en la toma de cuentas de esta última mayordomía, en mayo de 1.798, cuando se asientan en la data los diversos conceptos de materiales utilizados para componer un nuevo pendón, a la sazón, se supone, el que ha alcanzado a duras penas el comienzo del siglo XXI y que será relevado con prontitud, por su “descendiente”. Pero centrados en la data que ahora nos ocupa, las partidas abonadas fueron las siguientes:
A) 704 reales por 22 varas de carmesí de Damasco.
B) 48 reales del fleco
C) 10 reales de una vara de holanda
D) 10 reales de seda
E) 58 reales y 10 maravedís de hacer el pendón, el fleco y el galoncillo
El coste total fue de 888 reales y 10 maravedís.

Por hacer dos pequeñas comparaciones con cifras de esta misma época, esta cantidad era lo que podía alcanzar, en venta, el derecho a beneficiarse durante un mes de la actividad de un molino harinero o el precio medio pagado para obtener el arriendo del abasto de carnes de Boñar por cuatro años.
El penúltimo dato registrado referido a los pendones, lo refleja en 1.895 el párroco de entonces, D. Ildefonso Valcuende. Son 3 pesetas y 75 céntimos que se pagan por la cornisa del pendón.

A comienzos del siglo XXI se renueva prácticamente por completo el pendón por su estado lamentable. Se compran vara o palo, cruceta de coronación y cordaje de los vientos. La tela de damasco y galoncillo que se puede conservar se respeta y se repara aquellos paños que necesitan una reposición completa. Sólo esta última operación alcanza los 2.400 euros.

© Juan Carlos García Caballero

Calle Teniente Coronel Bocinos. Bernardino, el militar

Hay siempre personajes cuya trayectoria vital parece que nos huye de manera continuada. Uno de ellos es el militar que nos ocupa en estos momentos. Ello y la trayectoria profesional lejos de Boñar.

Ante la denominación de la calle se esconde una pista de ayuda y de despiste al mismo tiempo. Una mano tendida pues la familia Bocinos fue relevante en el panorama local sobre todo, en la segunda mitad del siglo XVIII y comienzos del XIX cuando dos miembros de la saga, Francisco y Diego Glez. Bocinos, padre e hijo fueron escribanos de la villa. D. Francisco era natural de Cerecedo y allí continuó una rama de la familia. A finales del siglo XVIII nace en ese pueblo Carlos Glez.-Bocinos García (¿sobrino y primo de los precedentes?) que se casará con la boñaresa Felipa García-Bances Robles. Este matrimonio tendrá ocho hijos y el penúltimo, nacido el 19 de mayo de 1.846 recibirá el nombre de Bernardino.

De Bernardino Glez.-Bocinos García sabemos poco. Sí, al menos, que a los 39 años, todavía soltero, era Capitán teniente de Infantería en situación de reemplazo.
Desarrolló su labor militar en destinos como Gijón donde conoció a la que acabaría siendo su mujer, Doña Joaquina Alonso-Villaverde Salaregui, trece años más joven que él. ¿Familia, descendencia? Sigue la incógnita.
Si podemos aventurar que tras una exitosa carrera militar en la que llegaría a obtener el grado de Teniente Coronel de la Armada, en su retiro regresó a la tierra boñaresa que le vio nacer. Aquí fallecería un 14 de mayo de 1.907 a los 61 años. Su esposa le sobrevivirá cinco años más.

Hoy quien quiera rendirle unos momentos de homenaje puede acercarse al cementerio municipal. Su panteón está bien identificado. Entrando por la puerta del centro del mismo, en la cara de la carretera, lo encontraremos en quinto lugar hacia la izquierda.

La actual calle Tte. Cor. Bocinos. es una de las radiales de la plaza del Negrillón que nos lleva al barrio de “las eras”. Sin embargo, perezosa prefiere acomodar su recorrido al corte que hace “la loma” hasta la finca particular en la que se cría ganado caballar. En ella está asentado el popular mercado de los lunes y una casa señorial muy probablemente ligada a la familia política de D. Inocencio Mateo, más en concreto a su suegro, D. Baltasar Rodríguez.

© Juan Carlos García Caballero